Diálogos sobre la diabetes

Conozca a Faith: Aprendiendo a navegar los desafíos de la diabetes tipo 1

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A selfie of a person with curly red hair and glasses smiling into the camera.
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Era julio de 2008 cuando todo cambió. Tenía solo cuatro años, apenas lo suficiente para escribir mi nombre o atarme los zapatos. Me encontré en medio de algo que ningún niño podría comprender realmente: una crisis médica que marcaría el resto de mi vida. Al principio, nadie sabía qué me pasaba. Tenía sed constante, estaba siempre cansada y perdía peso rápidamente. No quería jugar, no quería comer y parecía que cada día me sentía peor. Mis padres estaban aterrorizados. Me llevaron al médico, luego a urgencias y, finalmente, acabé en el hospital infantil. Había desarrollado cetoacidosis diabética (CAD), una enfermedad potencialmente mortal causada por niveles extremadamente altos de azúcar en sangre y falta de insulina. Mi cuerpo estaba descomponiendo grasa como combustible porque no podía procesar la glucosa. Estaba gravemente enferma. Tras un torbellino de pruebas, sueros y miradas de miedo entre médicos y enfermeras, me diagnosticaron diabetes tipo 1. Fue confuso, aterrador y abrumador para mí y mi familia. Nadie en nuestra familia entendía realmente la diabetes, y mucho menos cómo cuidar a un niño de cuatro años. Nos vimos inmersos en un mundo de números, agujas y conteo de carbohidratos. Mi tiempo en el hospital infantil estuvo lleno de aprendizaje, ensayo y error, y muchísimas lágrimas. No entendía por qué me estaba pasando esto. Por qué tenía que ponerme tantas inyecciones. Por qué no podía comer un bocadillo sin que alguien sacara un glucómetro.

Al principio, me inyectaban insulina a diario. Bracitos, dedos y un mundo de pinchazos constantes. Tenía que controlarme el azúcar muchas veces al día. Antes de comer, después de comer, antes de acostarme y en mitad de la noche. Mis padres se convirtieron en mis cuidadores y en mis protectores constantes contra las preocupaciones. Con el tiempo, cambié a una bomba de insulina, que me dio un poco más de libertad, pero también trajo sus propios desafíos. Cambios de sitio cada pocos días, tubos que se enganchaban en los pomos de las puertas y alarmas que sonaban en los peores momentos. Llevo 17 años viviendo con diabetes tipo 1. Son 17 años de cálculos incesantes, vigilancia constante y batallas invisibles. No hay descansos ni vacaciones con esta enfermedad. A mi azúcar no le importa si estoy cansada, ocupada, en la escuela, en una fiesta o en una cita. Siempre está ahí, exigiendo atención. Crecer con diabetes no fue fácil. Otros niños no entendían por qué tenía que salir de clase para revisarme el azúcar ni por qué llevaba algo enganchado al pantalón. No entendían el pánico cuando me sentía temblorosa y confundida ni por qué tenía que comer en medio de un examen. Algunos sentían curiosidad, pero otros me juzgaban o simplemente eran crueles. Me sentía diferente. Era diferente.

Ha habido muchos días difíciles. Días en los que mi nivel de azúcar en sangre no cooperaba sin importar lo que hiciera, en los que lloraba porque me sentía prisionera de mi propio cuerpo, en los que quería gritar sobre lo injusto que era todo. Y aun así, de alguna manera, seguí adelante. La diabetes tipo 1 me ha enseñado una fuerza que no sabía que tenía. Me enseñó a ser resiliente, a defenderme y a apreciar las pequeñas victorias como despertar dentro del rango normal o pasar una semana sin un fallo en la bomba. Pero también me ha enseñado el miedo. El miedo a las bajadas de las que no me despierto. El miedo a las complicaciones a largo plazo. El miedo a no ser comprendida. Esta no es una historia sobre cómo "vencí" la diabetes. No se vence. Se controla cada día, cada hora, cada minuto. Pero esta es mi historia. Comenzó en un hospital infantil en 2008 y continúa, cada día, con cada inyección, cada cambio de equipo de infusión, cada recuento de carbohidratos, cada control de azúcar en sangre. Sigo aquí. Sigo luchando. Sigo controlándola. Y eso, en sí mismo, es una especie de victoria. Hoy mi A1C actual es de 6.9 con la ayuda del Omnipod y el Dexcom.